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Un ojo rojo... y un diagnóstico que salvó su vida

  • Foto del escritor: Jairo Morfin
    Jairo Morfin
  • 6 jun
  • 3 Min. de lectura

Cuando Gabriela llegó a consulta, su principal preocupación era un ojo rojo persistente. Llevaba varios días automedicándose con gotas que había comprado en la farmacia, pero no notaba ninguna mejoría. "Solo es irritación, creo que me tallé mucho el ojo", me dijo con cierta incomodidad.

Pero bastó una observación más cercana para darme cuenta de algo mucho más profundo.

Mientras me hablaba, noté que su parpadeo era incompleto del lado derecho. De hecho, su ojo no cerraba por completo. Al explorarla más detenidamente, observé que la mitad de su rostro estaba paralizado: sin expresión, con el surco nasolabial borrado y la comisura de la boca ligeramente caída. Gabriela no lo había notado. Vivía sola, trabajaba desde casa y nadie le había mencionado que su rostro lucía diferente.

Le expliqué que el ojo rojo no era solo una irritación, sino el resultado de una resequedad severa secundaria a una parálisis facial. El ojo no se cerraba adecuadamente al dormir ni al parpadear, lo que provocaba exposición y falta de lubricación. Esto, por sí solo, ya era un riesgo para la salud visual. Pero la causa de fondo requería atención inmediata.

Después de aliviar sus molestias con lubricantes intensivos y un tratamiento ocular adecuado, la referí con un neurólogo. Días después, tras una serie de estudios, se confirmó el diagnóstico: una vasculitis de origen autoinmune, una enfermedad sistémica que puede afectar múltiples órganos y que, sin tratamiento, puede poner en riesgo la vida.

Gabriela inició el manejo con inmunosupresores y esteroides. La parálisis facial desapareció, su ojo se recuperó por completo y, sobre todo, hoy está viva y bajo control médico, gracias a que se detectó a tiempo una enfermedad que avanzaba en silencio.


¿Solo un ojo rojo? No lo des por sentado


El ojo rojo es uno de los síntomas oftalmológicos más frecuentes, pero también uno de los más subestimados. Muchas personas lo asocian con fatiga, alergias o “una simple irritación”, cuando en realidad puede ser el primer aviso de algo más serio.

Estos son algunos datos de alarma que nunca deberías ignorar:

🔴 Dolor ocular intenso, punzante o persistente

🔴 Visión borrosa o pérdida súbita de visión

🔴 Sensación de cuerpo extraño persistente

🔴 Secreción purulenta o abundante

🔴 Fotofobia (molestia marcada a la luz)

🔴 Dificultad para cerrar el ojo completamente

🔴 Asimetría facial, debilidad o falta de expresión en un lado de la cara

🔴 Historia reciente de traumatismo, infección, fiebre o enfermedades autoinmunes


Cuando un ojo se inflama o se enrojece, no siempre es algo superficial. Puede ser una queratitis infecciosa, una uveítis, un glaucoma agudo, o como en el caso de Gabriela, un signo indirecto de un trastorno neurológico o sistémico.


Automedicarse: un riesgo que parece inofensivo


Según COFEPRIS, entre el 30% y el 50% de los mexicanos se automedica regularmente, y una de las categorías más comunes son los colirios oculares.

El problema es que muchas de estas gotas, especialmente las que “quitan lo rojo”, contienen vasoconstrictores, antibióticos o esteroides, y su uso inapropiado puede tener consecuencias graves:

⚠️ Los vasoconstrictores (como la nafazolina) pueden provocar un “efecto rebote”, haciendo que el ojo se vuelva más dependiente y cada vez más rojo.

⚠️ Los antibióticos tópicos usados sin indicación pueden favorecer resistencia bacteriana.

⚠️ Los esteroides oftálmicos, aunque parecen “milagrosos” al principio, pueden provocar glaucoma, cataratas o empeorar infecciones virales si se usan sin control médico.


Y lo más preocupante: automedicarse retrasa la consulta especializada, lo cual puede ser fatal cuando hay enfermedades sistémicas silenciosas como la que enfrentó Gabriela.


Una consulta a tiempo puede salvar mucho más que la vista


Gabriela acudió buscando alivio para su ojo rojo. Salió con un diagnóstico que, de haberse retrasado, habría tenido consecuencias graves para su salud general. Gracias a una valoración integral, no solo se alivió su molestia ocular, sino que se detectó una vasculitis que podría haber sido mortal si no se trataba a tiempo.

Hoy, su visión está bien. Su rostro volvió a la normalidad. Y su salud sistémica está bajo control. Todo gracias a una consulta que muchos habrían dejado pasar, o “resuelto” con gotas de la farmacia.


No minimices tus síntomas. No te automediques. Consulta siempre con un especialista. Porque a veces, detrás de un ojo rojo, hay algo que puede cambiar —o salvar— tu vida.

 
 
 

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